martes, 2 de junio de 2015

El arte de torear con los pies

EL ARTE DE TOREAR CON LOS PIES
El Cordobés

Por: Edwin Ramírez



Siempre se ha dicho que los toreros torean con las manos, yo no estoy de acuerdo, manifiesta José Miguel Martín de Blas, los toreros, torean con los pies. Si, las manos manejan el capote, la muleta y la espada. De momento no se ha visto a nadie coger un capote con los pies, pero todo llegará. Incluso se puede matizar sobre los pies de los toreros: Sirven como alas poderosas a esos tercios banderilleros que tanto nos admiran y emocionan, por ejemplo los de El Fandi, Escribano, Padilla o Ferrera. O pies de coordinación perfecta en esos "volapiés" (pies que vuelan literalmente) absolutamente sincronizados, por ejemplo, de Joselito en sus memorables estocadas.

Pero los toreros, los que torean claro, torean con los pies, y no porque los pies hagan algo concreto, más bien, no hacen nada exactamente porque se quedan quietos; la quietud en el toreo siempre fue aspiración, al principio intuida por algunos a los que tachaban de locos (Darse prisa por ver a Belmonte decían, si no te quitas tu te quita el toro, y cosas así), aunque realmente aquellos precursores (El Espartero, Antonio Montes) intentaban hacer algo casi imposible a un toro que no lo aceptaba.

Pero quien sí lo aceptaba y se volcaba, era el público, sorprendido, sobrecogido, asustado, emocionado, y es que cuando el público de toros empieza a calar ese empeño de algunos toreros que asombran por su determinación, por su acento dramático, esos toreros capaces de excitar a la masa por lo que hacen al toro; los toreros de la emoción, la propia evolución del toreo llega hasta nuestros días, pero la consecuencia lógica de esa quietud, es la ligazón de las suertes.

Haberlos, hay los que dan más pasos que pases, y eso no es ligar, sino sumar los pases. Decía "El Niño de la Capea" que ponerse es relativamente fácil, lo difícil es quedarse...¿Dónde? en ese sitio imaginario que pertenece al toro, a ese animal mágico que no pelea por la comida (porque la tiene), ni por las hembras (en la teoría no las ha tocado en su vida).

El sitio de ese toro que sí pelea por su territorio, y ataca cuando su terreno es invadido; quedarse en el sitio, menudo invento, debió pensar Manolete, que se obligó así mismo durante toda su vida, en una apuesta ética de héroe a diario, y todo con la ayuda de un trapito y unos pies inmóviles. Como plasmó Ángel Peralta en sus pensamientos: "torear es engañarse sin mentir".

Pues eso, se trata de encontrar la geometría más pura del toreo, que es sino el torero convertido en eje vertical frente a la línea horizontal del toro, la quietud es lo que diferencia a los que pueden ser toreros cuando empiezan, la voluntad de conseguirla frente al lógico instinto de conservación de cada individuo. La primera criba es la del valor, porque asegura la esencia misma del ser torero.

El torero para sobrevivir como tal, se ve obligado a poner en riesgo su propia sobrevivencia, tremenda y cruel paradoja que encierra uno de los grandes misterios de la tauromaquia. Yo no se definir a los toreros de la emoción, ni siquiera dar sus nombres, me basta con mirar sus pies, y la verdad que lo primero que apredí a mirar en una plaza de toros fueron los pies de los toreros.

A medida que veía más toros, la mirada embarcaba mas asuntos: que si tal o cual suerte, que si el trapío del toro, más tarde entraría en más profundidades: que si el toro embiste o no, que si el torero le da la lidia adecuada, y pasaron algunos años, y uno lee y escucha, y calla, y mira al toro y al torero,  una tarde tras otra, y cada vez se tiene más elementos de juicio, de referencia. Es realmente rico y complejo el universo del toreo, pero entro en la plaza, sale el toro, y no dejo de mirar...los pies de los toreros, debo ser muy mala aficionado y que le vamos  hacer.