lunes, 12 de octubre de 2015

Un ¡Olé! Para Santiago Martín "El Viti"

UN ¡OLÉ! PARA SANTIAGO MARTÍN "VITI"

Por Antonio Piedra.



Sí señor. Un ¡¡¡olé!!! para Santiago Martín El Viti y Juan Vicente Herrera que el jueves pasado, mano a mano, se presentaron ante el público de Valladolid como se grita en las fiestas de mi pueblo: «¡Vamos ya, eso queremos los de a caballo: que salga de una vez el toro!». Y el morlaco salió de verdad. En la sala Fray Pío del Monasterio de Prado, que estaba abarrotada de gente desde el tentadero telemático de la entrada hasta el mismísimo ruedo donde las palabras semejan estoques, se toreó con argumentos. El uno –¿quién con más merecimientos?– para recibir el Primer Premio de Tauromaquia de Castilla y León, y el otro –el inventor del trofeo– para responder académica y políticamente de sus actos.
Algo que por ambas partes no fue poco. Significó valentía en abierto para una época de hipocresías concertadas y de incertidumbres en serie donde la debilidad triunfante poco o nada tiene que ver con lo que decían los clásicos más valerosos del siglo XVI: que «el toro y el vergonzoso poco paran en el coso». Ahora que se matan animales como nunca hasta el exterminio de especies enteras, y ahora que los mataderos industriales parecen lonjas en cadena de lujosísimos matarifes, curiosamente, ahora se cuestiona la existencia del toro de lidia en sí, se persigue a los toreros como productores de arte, se identifica al aficionado con un bárbaro de oficio, y se hace tiro al blanco con los estetas en tauromaquia.
Las palabras del Viti fueron de una elegancia contenida y exquisita, y de un humanismo expreso que relataban, más que una tradición española, toda una vivencia de siglos común a la civilización europea. Al oírlas en directo, uno parecía escuchar la voz ensimismada de los clásicos latinos ante el bramido del toro micénico que resonaba en los anfiteatros de Roma, y que ellos consideraban una suerte: «Dum fortuna favet, parit et taurus vitulum», mientras la fortuna es propicia, un toro puede parecernos un ternero. Con este mismo amor, respeto y admiración habló El Viti de los toros en las plazas y en las dehesas: como si recordara al choto de su abuelo, quien no hacía migas con el toreo.
Las palabras de Herrera –delicadas por tramos, seguras en el capote, y cargadas de cifras macroeconómicas hasta en las banderillas–, también respiraron por la misma herida. Irremediablemente estamos ante la misma división que en política: entre los que prefieren una ración de lentejas con odio, y los que eligen al toro de lidia con sumo respeto. Allá cada cual con sus neuras, sus preferencias, o sus incomodidades. Como en el juego del amor y de la muerte, hay algo inquietante y primigenio en el toreo. Alejandro Dumas lo percibió en la primera corrida que vivió en España. Entonces ya había polémica y respondió así al periodista que lo interperló: «Sí, ¡haga usted dramas después de esto!».