Apagados los reflectores taurinos “por vacaciones”, dicen, el toro vuelve a la normalidad no tanto en tamaño como en importancia. Y como los trastos que la corrida cabrereña no son lo expertos o sólidos el juego, en lo bueno o en lo malo, deja en evidencia a la terna e incluso a las cuadrillas en una tarde en la cual ni los espectadores se salvan de los recuerdos que en sus pitones traen estos toros que nos recuerdan que, pasada la prueba de la edad y el trapío, en la Fiesta no hay realmente enemigo pequeño.