FERIA DE SAN MARCOS: LOCALISTAS OREJAS PARA FERMÍN ESPINOSA Y MERITORIA FAENA DE FABIÁN BARBA
Armillita IV. Foto Briones. |
Por: Sergio Martín del Campo. R.
¡Corre y se va!… y se fue ya la primera función del Serial Taurino de la Feria Nacional de San Marcos. El edificio sede, “Gigante de Expo-Plaza”, recibió en sus amplias gradas una entrada que rayó en algo más de la media entrada.
Para dar desarrollo a la corrida de apertura dos ganaderías completaron un encierro muy bien presentado, cuajado, con edad adulta notada a la “simple” apreciación de la vista: Los Encinos y Bernaldo de Quiros. Aquella, de las aceptables dentro del círculo de las dehesas comerciales, es decir, de las que imponen las comodinas figuras, y ésta, bien conocida por la sólida mansedumbre de lo que cría en sus potreros. Vaya favor le hizo el juez al titular de la divisa al ordenar el arrastre lento para los restos del sexto, un toro noble y que admitió el toreo pero que quedaba muy lejos de semejante halago y que en la primordial suerte de varas se escupió al sentir sobre su cuerpo los filos de la almendra del varilarguero.
Tres cosas diáfanas básicamente dejó para conclusiones esta corrida: El jinete de Navarra ya no entusiasma fácilmente al cotarro, Barba mantiene dos distintos y terribles perfiles como profesional de la tauromaquia, y esta feria estará canteada por la actitud localista y triunfalista sobre todo del público. La partitura más conocida del genial chileno Juan S. Garrido provoca que ese público, sediento de alegría y mitote, vea en el ruedo las acciones con mayores dimensiones de los que realmente tienen.
Al cuajado primero de la tarde le sobró nobleza, buen estilo y escaso poder; viéndose en el escenario con él, hombre muy de a caballo, notada y popular cualidad, Pablo Hermoso de Mendoza (silencio tras tibia petición y división) hizo el ejercicio de la tauromaquia ecuestre de modo clásico aunque seco, parco y serio, llenando huecos con ventajistas adornos, como aquel “teléfono”, ya el burel bien anclado en la arena y al que mató, luego de poco entusiasmar, de un rejonazo caído y trasero tal es ya su arraigado mal hábito. Nada fuera de lo regular. Ni sus sobrados recursos, ni su astucia jineteril ni su bien hacer pudieron plenamente sobreponerse a la desconexión que se ha entrometido entre él y la clientela. Ya más aún, tampoco el sólido oficio que como torero de a caballo posee, herramienta con la que le extrajo excelente partido al manso toro segundo de su lote, que primero se escupió de las suertes y posteriormente unió sus pezuñas al suelo y al que le clavó hierros de castigo, banderillas largas y cortas en buen sitio y al que practicó una tauromaquia a la gineta muy variada pero lamentablemente acabada trabajosamente a la hora buena de matar ya que mal pintó, para abrir el calvario, un rejonazo trasero, seis pinchazos, un bajonazo criminal y un descabello, esto ya apeado de sus hermosas cabalgaduras.
Fabián Barba (al tercio y vuelta tras petición) fue un torero que en esta ocasión remitió para el libro de la feria presente dos caras, primero portándose como casi siempre, reseco, sin calor y de tenue color y que combinado esto con un toro soso y débil, desembocó el acto en una tediosa y aburrida faena la cual alargó haciendo lucir el absurdo y la que por lo menos acabó de notada estocada. Bien armado y rematado fue su segundo, un toro al que le costaba demasiado el ir tras la sarga y al hacerlo calamocheaba claramente; y a más, paulatinamente fue dando peligro al de seda y bordados quien voluntarioso y ajetreado tuvo que librar con habilidad la dura situación de cuando se retornaba sobre las posteriores tirando luego la cuchillada y al que parecía no le hurtaría el hacer interesante y bravo que le forjó en forma denodada pero al que borroneó un cuadro al matar con una estocada delantera y caída.
Clase en las embestidas tuvo el segundo de la lidia ordinaria; mostrando fijeza, luego iba tras la muleta llevando la cornamenta bien abajo, sobre todo notándose esto por el pitón derecho, no obstante nada extraordinario aconteció gracias a que poco duró el bicorne y a que Fermín Espinosa (al tercio y dos orejas) no le halló la distancia y el son justos que aquel demandaba, concluyendo, esto sí, de formidable espadazo. Toreó templada y largamente al sexto toro, ya que tenía conveniencias para eso, pero implicaba mayor empleo de su parte, empero abusó de la punta del engaño y en actitud evidentemente precautoria. Faena estética por momentos, llena de superficialidad sin embargo, con abusivos trazos del toreo en raya recta, sin enredarse como merecía la clase y la nobleza del astado el cual después de mucho embestir y dar lo bueno que traía en la sangre empezó a salir con la testa arriba y soseando. Apoyado por las notas de “Pelea de Gallos”, el joven, miembro de acendrada dinastía de toreros, hizo las tandas finales para después matar de una estocada desprendida aunque eficaz.