FERIA DE ABRIL
Por: Antonio Lorca.
El ambiente olía a triunfo. Primer día de farolillos, la manzanilla que comienza a hacer estragos y la presencia de un querido hijo pródigo al que todos tutean y llaman Josemari. Pero, ya se sabe: tarde de expectación, tarde de decepción. Pero, ¿por qué? Si estaba todo preparado para que la Maestranza vibrara con esa emoción tan descafeinada que parece sentir el público generoso… Si los toros estaban elegidos con mimo para que colaboraran (este sí que es un verbo antitaurino) con los artistas. Parece inexplicable, pero lo cierto es que el festejo se precipitó por la pendiente del desencanto, primero, y el más absoluto aburrimiento, después.
Habría que concluir que la culpa fue de los toros, que es lo primero que se dice hoy entre los taurinos y el supuesto periodismo de vanguardia.
Pues, no, mire usted por dónde. Hubo tres toros que se fueron con las orejas al otro barrio por incompetencia de los artistas del cartel..
El ganadero se había esmerado en la elección de sus pupilos. Toros bien hechos, guapos y armónicos, que se dice ahora; justos de todo, de bravura, casta y fuerza, y sobrados de nobleza, eso sí. El referente del toro moderno, ese que se cría en el campo al gusto milimétrico de las figuras, y que tanto asombra a los públicos de hoy.
Y salieron tres toros, los tres primeros, para cortarles las orejas, para torear sin miedo, con gracia, sin ser molestado, y crear esa obra de arte uniforme que viene diseñada desde el hotel. Y los tres se marcharon de esta vida con sus carnes intactas, orejas incluidas.
Manzanares, protagonista indiscutible, no tuvo su tarde. Al parecer, sufre una gastroenteritis, que le obligó a visitar la enfermería tras la muerte de su primero y a correr el turno de su segundo mientras era atendido por los médicos.
Serían los efectos de tal padecimiento, pero lo cierto es que ofreció una imagen superficial y anodina. Le tocó en suerte el mejor toro del encierro, el segundo, y lo desaprovechó dejándose enganchar la muleta, citando al hilo del pitón, siempre fuera cacho, despegado y en línea recta, sin encontrar el camino que el toro exigía. Al sexto, más descastado, lo muleteó periféricamente, sin gracia alguna.
Finito, que se estrelló ante el muy inválido cuarto, creyó tocar la gloria con los dedos porque se le cantó su faenita al muy noble primero. Tiene este torero clase para regalar, pero lo que le falta es corazón para colocarse en el sitio que requiere el buen toreo. Aprovechó el viaje del animal para dar derechazos bonitos, pero escasos de torería, y mejoró con la zurda en una tanda de naturales hondos que supo a muy poco.
Luque hizo un buen planteamiento con capote y muleta, pero deja caer el percal y no se embragueta en el encuentro; y con la franela quiso hacer un toreo depurado y con fundamento, pero le falta mejor colocación y menos encimismo. Justificado estuvo en su segundo, que era un muermo.
Conclusión: que torear es algo muy serio. Tanto es así que hay que poseer un don y sentir en el alma aquello que se hace. Torear no es dar pases, sino desbrozar un misterio; no es contentar a un público bullanguero, sino llegar al alma de los más veteranos y sabios. Y el toro de hoy, el que salió en la Maestranza, es el producto de laboratorio ideal para que ese milagro sea posible. Tan ideal como exigente; si te asalta un mareo, has reñido con tu mujer o te traicionan los biorritmos, el toro bondadoso, que es un dictador implacable, gana la pelea. Como ha ocurrido en Sevilla…
El Pilar / Finito, Manzanares, Luque
Toros de El Pilar-Moisés Fraile, bien presentados, mansos, descastados y nobles; destacaron los tres primeros.
Finito de Córdoba: estocada, un descabello —aviso— y un descabello (gran ovación); casi entera (silencio).
José María Manzanares: pinchazo, estocada tendida —aviso— (silencio); pinchazo y estocada (palmas).
Daniel Luque: pinchazo y estocada —aviso— (ovación); cuatro pinchazos sin soltar (silencio).
Plaza de la Maestranza. 21 de abril. Séptima corrida de feria. Casi lleno.
Fuente: De Sol y Sombra