lunes, 27 de octubre de 2014

Es lo que digo yo: El Payo con la verdad de su toreo.

Por Luis Cuesta 
Ayer en la Plaza México no existió él hubiera ni el quizás. Hubo un triunfador rotundo y ese fue El Payo que finalmente tras una memorable actuación salió en hombros al cortar tres orejas.
La afición de La México recibió al Payo con hermetismo y dos horas después lo despidió sacándolo a hombros por la puerta grande bajo un clamor y gritos de ‘¡Torero!’.
Se lo merecía pues estuvo en torero, como se suele decir. Jugándose el tipo, sacando pases de gran hondura y de una belleza efusiva. Y eso apasiono al público de La México aunado a la torería, que es magia y liturgia, mas el pundonor del que hacen gala los toreros con profesionalidad y sentido del deber en las tardes importantes.
Cuando aparece un torero con torería auténtica todo adquiere una distinta dimensión y la plaza se traslada a un lugar que parece estar en otra galaxia.
Ayer El Payo mando a todos los pega pases que abundan en el escalafón por el periódico en su segundo toro con una faena artística, sin florituras. Con series de bellísimos derechazos ligados y una plaza que explotó porque aquello traía un aire distinto y tenía aroma. O sea: la misteriosa magia del toreo verdad.
Una vez más El Payo demostró que es vocación y pasión. Que no se deja ganar la pelea por nadie. Las dos orejas a su segundo toro fueron un justo premio a pesar de que la estocada quedo un poco caída, pero se tiró con el corazón por delante y eso también cuenta en ocasiones. A su primero lo pasaportó de una estocada perfecta que por sí sola valía la oreja.
Morante tuvo tres oportunidades, pero se fue en blanco y además una vez mas con opiniones divididas. Discontinuas fueron todas sus faenas, sobre todo la de su primero, un invalido al que le dio pases excelentes, principalmente con la de cobrar, pero apenas ligó alguno. Con el capote dibujo una media de cartel que paro el tiempo y pare usted de contar, que de lo bueno poco.
Su segundo fue un toro deslucido, muy a contra estilo, con el que Morante quiso agradar sin resultados positivos. Regalo uno más de la ganadería titular pero del encaste San Mateo y armó la escandalera con el capote, al dibujar tres chicuelinas personalísimas y otra media que nos hicieron soñar.
Después con la muleta el recital no resultó perfecto, mas ello no empequeñece la obra, porque aunque el arte reclama genialidad, no necesariamente esta exige la perfección.
La faena fue de más a menos porque el de Barralva se desinfló demasiado pronto, si llega a cobrar la estocada al primer intento -realizado, por si fuera poco, en la suerte de recibir- seguramente cae la oreja. Pero pincho y le sonaron un aviso.
No tuvo sentido aquel final para quien había toreado tan bien, guiado por esa naturalidad y gracia de la que es poseedor. Pero aquello, por azares del destino, no pudo tener un mejor final.
Diego Silveti realizó dos faenas empeñosas, valientes, muy dignas, siempre fiel a su singular estilo, sin que ninguno de su lote le facilitara el total lucimiento. Habrá que esperarlo hasta el próximo domingo, cuando regrese a la Plaza México con el cartel de las dinastías: Capetillo, Manzanares y Silveti.
Los de Barralva salieron con aspecto de toros, en general manejables, sin tirar cornadas ni con mala intención, los primeros seis astados fueron del encaste español de Atanasio Fernández y el de regalo de su linea mexicana proveniente de San Mateo.
Sin embargo a algunos les termino faltando un punto de raza o un punto de fuerza. Destacó de entre los siete toros lidiados, el corrido en quinto lugar por su nobleza y clase, que le valieron para ser premiado con el arrastre lento.
Al final el publico abandonó satisfecho la plaza porque se lidió una verdadera corrida de toros, además de que la tercia de matadores demostró seriedad, disposición y vergüenza torera durante todo el festejo.
Eso pasa poco ahora.
Es lo que digo yo.

Morante.