Por:Antonio Lorca.
Entre los tres toreros sumaban poco más de una quincena de actuaciones en España y América en toda la temporada; los tres se jugaban en la Maestranza una parte importante de su futuro; y los tres llegaron al hotel cabizbajos porque no consiguieron el objetivo propuesto.
Normal, por otra parte, porque lo contrario hubiera sido el gordo de la lotería y eso es una casualidad muy grande. Está claro que cuando no se torea, el toro pasa una factura de peso incalculable, máxime cuando el escenario es de tanta responsabilidad como la plaza sevillana, aunque sea cada vez más pueblerina y bullanguera.
Y, en esta ocasión, la culpa no fue de los toros de Alcurrucén, que, en mayor o menor media, con un punto general de sosería en sus embestidas, facilitaron la lidia y posibilitaron el triunfo, si sus matadores hubieran manejado los engaños, y, sobre todo, la espada, con más pericia.
Se llevó la palma Esaú Fernández; atisbó la gloria entre comillas y la mandó a paseo al fallar estrepitosamente con el estoque en sus dos toros. Quizá, en caso contrario, hubiera cortado una oreja en cada uno, pero más por su entrega y las dos volteretas que sufrió que por la profundidad de su toreo.
Le tocó la perita el dulce del primero de la tarde, que acudió a la muleta con nobleza y recorrido, y Fernández lo toreó con temple y relajo en un par de tandas con la mano derecha y otra de naturales muy estimables. Alargó en exceso la faena porque no alcanzó la emoción que la calidad del toro requería; cuando quiso lucirse con una arrucina sufrió una espectacular voltereta de la que, no se sabe cómo, salió ileso. Después, mató mal y se acabó la historia.
Esperó al cuarto de rodillas en los medios. Tardó el toro en salir, y cuando lo hizo se paró a un metro del torero, lo miró, lo midió y, antes de que le diera tiempo de recobrar la verticalidad, lo empaló por la corva de la pierna izquierda y lo lanzó por los aires, pero como el muchacho es joven y debe ser de chicle, se levantó como si tal cosa y lo capoteó como pudo. Con este toro, que acudió con buen son a la muleta, aunque con la cara a media altura, dibujó algunos naturales aceptables, sin redondear la labor que se esperaba. En esta ocasión mató aún peor.
A pesar del impresentable mitin con la espada, tuvo la osadía de coger el capote y salir al tercio a saludar las palmas de cuatro amigos. ¡Incomprensible! ¿Cómo es que alguien no lo retuvo y le facilitó una toalla para que se tapara la cara entre barreras en lugar de salir a ridiculizar su dignidad? En fin…
Borja Jiménez y Lama de Góngora estuvieron por debajo de las condiciones de sus nobles oponentes. Decidido, pero muy despegado, acelerado, sin reposo y sin fondo el primero, y Lama, que no se vestía de luces en público desde el día de su alternativa, el 18 de abril, en esta misma plaza, evidenció que no está placeado; derrochó voluntad, le faltó seguridad y ajuste, y le sobró un toreo mecanizado y mudo.
Sin duda, los tres dieron lo mejor de sí, pero que está visto que la experiencia es un grado, que la Maestranza impone mucho, aunque ya no sea la que fue, y que triunfar en las condiciones que llegaron los tres era como comprar un décimo y que te toque el gordo. O sea, que lo que no puede ser es imposible.
Toros de Alcurrucén, bien presentados, cumplidores en los caballos, sosos y nobles; destacó el primero por su movilidad.
Esaú Fernández: tres pinchazos _aviso_ pinchazo y estocada (ovación); seis pinchazos, media baja _aviso_ y tres descabellos (saludos por su cuenta).
Borja Jiménez: cuatro pinchazos _aviso_ dos pinchazos y casi entera (silencio); estocada baja (ovación).
Lama de Góngora: estocada (silencio); dos pinchazos y estocada (silencio).
Plaza de la Maestranza. Segunda y última corrida de la Feria de San Miguel. 27 de septiembre. Media entrada.
Lo que no puede ser es imposible | Cultura | EL PAÍS
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