domingo, 31 de agosto de 2014

“En degenerando”: virus de espadas (virus aciarium)

                                                                                El Julipie.
Por Pedro J. Cáceres – El Imparcial.
Venía de atrás, pero en Bilbao, feria de referencia, fue alarmante el fallo a espadas de los toreros. Y a partir de Bilbao, el virus ha sido pandemia: Cuenca, Almería, S.S. Reyes, etc.
No es que a lo largo de la temporada, desde marzo, incluso en las anteriores, se hayan matado los toros de forma ortodoxa, sí al menos con eficacia y cierto decoro. Sálvese el que pueda. Cierto que hay toreros en que las orejas no son lo fundamental (caso Morante) pero las lecturas de éxito o no que se hace de una feria, un ciclo, se basan en los números, por lo que Bilbao, por ser de suma importancia, ha tenido, hemos tenido, que recurrir a la letra pequeña para explicar el notable obtenido en conjunto.
Incluso el caso de Perera (Lehendakari in pectore), que de por sí ha tenido repercusión universal, las 4 orejas, al menos, que se dejó en el esportón, y –posiblemente- 2 Puertas Grandes (y en Bilbao), hubieran dado la dimensión total y justa de su doble actuación.
Enrique Ponce podría “salirse” en un currículo ya de por sí amplio en esta su 25 temporada. Y, El Juli… y Talavante.
De la misma forma que, al contrario, Manzanares ha tenido en su “fiel espada triunfadora” el tapabocas orejero de su discutida tauromaquia y la polémica sobre su momento y compromiso.
Con motivo de no sé qué asunto que agonizaba Belmonte (Juan Belmonte) al ser preguntado por cómo y por qué se había llegado a esa situación límite, sentenció : “degenerando”.
Y, posiblemente, de esta forma – “degenerando” – se ha llegado a una situación de abuso consentido por los públicos que ha constituido costumbre y de la costumbre al vicio.  Una cosa es tumbar al toro (al “allá te va”) y otra matarlo. Y cada vez se hace un uso más común, lamentable, de agotar la agonía del animal hasta doblar manos sin ejecutar un nuevo intento o tomar el verduguillo.
Los toreros, por algo, se nominan “matadores de toros”. Y, no fue un capricho, ni lo es, el apelativo de “suerte suprema” para el acto final de matar al toro. Entre otras cosas porque la dignidad del toro, destinado al sacrificio, está en la ortodoxia para la ejecución de la estocada y no un tiro de gracia.
Una cosa es matar al toro y otra casi asesinarlo (arma que muchas veces invocan los antis). Y lo peor es que andamos en una dinámica de “en degenerando”.
Un virus de espadas y aceros que no tiene más tratamiento que la severidad en el juicio final del público, por muy bien que haya estado el artista con capote y muleta, y castigar y no premiar, lo mismo que al contrario cuando la suerte se hace en rigor y , por supuesto, con guapeza.
Eso en cuanto al público, que poco más se le puede pedir, ya, que dejarse los euros en taquilla. Pero es, sobre todo, una asignatura pendiente de la crítica, cuyo “en degenerando” no es virus, es pandemia.