- El INE, misión cumplida
- Ocho errores del abolicionismo
- Hasta luego, Carmelita
La desmemoria, más que el desánimo, nos acompaña para recordarnos la inconsistencia de nuestros afanes, como individuos y como país. Tras la nueva claudicación del Instituto Nacional Electoral (INE) al rechazar la petición de más de 140 mil ciudadanos de retirar el registro al visionudo pero inamovible Partido Verde Priecologista, por sus reiteradas infracciones, excesos propagandísticos y demagogia, en vez de haberse comprometido desde su fundación en 1987 con la defensa de los ecosistemas y el medio ambiente. Pero siempre es más fácil hacer dinero que hacer conciencia y en 28 años estos falsos ecologistas algo han acumulado además de multas simbólicas.
Quedó claro que el INE, como organismo público no autónomo, volvió a ignorar la ley y puso en evidencia el nivel de descomposición de las instituciones, así como el fiasco del sistema de partidos, trepados todos en el destartalado pero dispendioso carromato de la seudodemocracia. Vaya faena ventajista que habremos de padecer en las elecciones de 2018 con los zaragateros responsables de fiscalizar los recursos de los partidos políticos. Viene un presupuesto austero para el país y casi 16 mil millones de pesos para que el año entrante el INE siga velando por la democracia. Padre, ¿no?
Alcalino, agudo crítico taurino de La Jornada de Oriente, escribe en un artículo sin desperdicio, Los ocho pecados capitales del abolicionismo: “Si algo une en su fanatizada cruzada a quienes claman por la supresión de los toros –porque de prohibirse las corridas se condenaría a extinción a la singular familia bóvida toro de lidia– no es su afán de frenar el maltrato a los animales, en cuyo caso estarían solicitando con idéntica vehemencia la cancelación de lugares donde se sacrifican especies destinadas a alimentarnos, mismas que sobreviven hacinadas, al revés del toro de lidia, mientras llega su hora, en aras del mercado alimentario, sino una serie de desviaciones sicológicas e ideológicas que los marcan profundamente, y los han hecho fácil pasto del oportunismo de los malos políticos y del exhibicionismo obtuso de las redes sociales”.
“Los rasgos más notorios –prosigue Alcalino– de los militantes de la actual corriente antitaurina son los siguientes: 1) Taurofobia, que como todas las fobias es un impulso irracional. 2) Incultura: son gente básicamente incapaz de comprender y analizar una tradición desde los valores de su mito de origen y la simbología que los actualiza en un rito. 3) Intolerancia, espíritu inquisitorial, sustitución de la empatía por un odio ciego. 4) Integrismo, que es el intento de imponer al resto de la sociedad su propia y muy particular visión del mundo (late aquí la imposición de los valores de la globalización anglosajona sobre cualquier tradición cultural que le sea ajena).
“5) Corrección política, que es esa disolución del criterio personal en corrientes de pensamiento mayoritarias, con la consecuente persecución de lo que está mal visto. 6) Oportunismo cínico, a cargo de políticos en campaña a la caza de ingenuos. 7) Ilusión de superioridad moral sobre los taurófilos, catalogados automáticamente como seres despreciables, primitivos y violentos. Una proyección a espejo en toda forma. Y 8) Buenismo, no otra cosa que la sensación mojigata de estar participando en un movimiento inmaculado, civilizado y progresista, que nos hace ‘buenos’ por definición, sin comprometernos a nada importante ni socialmente trascendente.
“A lo anterior –concluye Alcalino su sólida argumentación– podría añadirse, puesto que ha cobrado efecto legal tanto en Barcelona como en Quito, Bogotá y Caracas, ciudades históricamente taurinas donde ya no se dan toros tras sendas votaciones ‘democráticas’, un concepto claramente anacrónico de la democracia como simple recuento de votos –la dictadura de la mayoría–, siendo que en su versión más actualizada, la democracia tiende a proteger los derechos de las minorías y a evitar, salvo en casos especialísimos –apologías del odio, fundamentalmente– cualquier forma de censura. Mucho es lo que podría abundarse en torno a tema tan candente y actual. Pero con lo escrito hasta aquí, creo haberlo situado en sus coordenadas esenciales.” Una pena que en Coahuila no hubo nadie que argumentase a esos niveles.
El lunes 24 de agosto falleció doña Carmelita Pesado, viuda del maestro Jesús Solórzano Dávalos, apodado El Rey del Temple, y madre del matador Jesús Solórzano Pesado, de los novilleros Samuel, Antonio y Salvador, y cuñada del matador Eduardo Solórzano. Su afición inteligente y su gusto por la cultura taurina, la que va más allá de las plazas de toros y los carteles de relumbrón, sólo fueron proporcionales a su belleza, distinción y don de gente. Cuantos tuvimos el honor de tratarla la recordaremos como un referente del encanto femenino intemporal.
Fuente:http://www.jornada.unam.mx/2015/08/30/opinion/a11o1esp
Enviado por De Sol y Sombra
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