El destacado defensor de las corridas de toros, columnista Antonio Caballero, afirma que decidir la continuidad o suspensión de este espectáculo en Bogotá mediante consulta popular, es antidemocrático y antijurídico porque atropella derechos de las minorías. Asegura que “la ñoñería antitaurina” tergiversa de mala fe el sentido de la fiesta brava y añade que el alcalde Petro tomó esta bandera por oportunismo porque a este, los animales ni le van ni le vienen.
Por: Cecilia Orozco Tascón
Según lo que se ha sabido, el Tribunal de Cundinamarca sentenció la legalidad de la consulta popular en que se decidiría si volverá a haber corridas de toros o no en Bogotá. Es una decisión jurídica pero, ¿cree que es una solución democrática?
Por supuesto que no. La democracia no es el aplastamiento de las minorías por la aplanadora de la mayoría: la democracia es también, y tal vez sobre todo, el respeto de los derechos de las minorías. Y tampoco estoy seguro de que sea una decisión jurídica, es decir, ajustada a derecho, sino más bien antijurídica, violatoria de la ley. Lo ha explicado varias veces la Corte Constitucional. Mire las sentencias.
Para usted, ¿un resultado predecible de esa consulta sería que gana el no o que gana el sí?
Que gana el NO a las corridas. Es sabido de antemano que los aficionados a los toros somos una minoría.
Pero la regla de oro de las democracias es la de que las decisiones se toman por mayoría ¿Por qué esta vez no sería válida para ustedes, los taurinos?
Es que no todos los asuntos de la vida tienen que ver con la democracia ni se prestan para ser decididos por votación. El gusto por la tauromaquia, como en general todos los gustos – por las artes, las ciencias, los vicios, las religiones, las drogas -, es uno de esos asuntos.
¿Por qué no? ¿Tal vez porque a nadie le pueden ordenar sus aficiones, sus afectos o desafectos y, por esto mismo, se violarían derechos fundamentales?
Aunque no se trate de derechos fundamentales. Es el derecho natural de las minorías a ser respetadas por las mayorías. La doctora Martha Lucía Zamora, Secretaria General de la alcaldía, sostiene al respecto la estrambótica tesis de que las minorías solo lo son cuando han sido históricamente perseguidas; y señala, no es el caso de las minorías taurinas. Pero es ahora, con la prohibición, como empieza esa persecución que la doctora Zamora niega.
En gracia de discusión, hace quince años, en la alcaldía de Enrique Peñalosa, se hizo una consulta similar para que los bogotanos votaran sí o no al día sin carro ¿Cuál es la diferencia entre esta y la taurina?
La diferencia es que la circulación de los automóviles afecta a todos los habitantes de la ciudad, al margen de que los usen o no, de que les gusten o no les gusten. Las corridas de toros no afectan sino a una pequeña minoría. O a dos: la de los aficionados, que entre los ocho millones de bogotanos debemos de ser unos 100 mil, y la de los antitaurinos militantes, que deben de ser unos mil.
En realidad, parece sensato que se consulte a la población, medidas que la afecten. Pero no aquellas que son de decisión personal, como ir o no a una plaza de toros ¿Por qué cree que esta argumentación no ha calado en la opinión?
A la opinión, en general, no le interesa el tema. Entre quienes no ha calado ni cala ningún argumento es entre los antitaurinos militantes que son ciegos a la razón, y solo escuchan su propia pasión.
La sola explicación de que las corridas son una tradición no parece suficiente razón para los antitaurinos ¿Cuáles otros argumentos hay para que el espectáculo de los toros sea aceptable para los que se oponen a él?
Claro que no es ni suficiente ni aceptable. Es más: es una tontería. Es una tonta blandura demagógica, o pedagógica en su intención, que la Corte Constitucional haya alegado lo de la tradición como justificación para sus sentencias a favor de las corridas. Que algo sea tradicional no lo hace defendible, sea lo que sea: la esclavitud o el ajiaco. Pero no se trata de buscar argumentos aceptables para los antitaurinos. El toreo, el juego del hombre y el toro se justifica por sí mismo, no por argumentos frente a sus críticos. Para los antitaurinos las corridas de toros no son aceptables en sí, por razones de principio anteriores y superiores a cualquier argumento a favor o en contra. Por razones de fe. Del mismo modo, aunque desde enfrente, yo considero inaceptable en sí y de por sí la pretensión que los antitaurinos se arrogan para autorizar o prohibir mis gustos, los gustos de quienes no comparten los suyos. Y para prohibirlos, además, sin saber bien en qué consisten, o, peor, tergiversándolos con malevolencia para hacerlos aparecer ante el público ignaro e inocente como monstruosos y aberrantes.
¿Por qué les atribuye a los antitaurinos “tergiversación con malevolencia”?
Porque la fiesta de los toros no es, como aseguran ellos con total mala fe, una celebración de la tortura y de la muerte. Es una celebración del valor, de la inteligencia, de la fuerza, del juego, del riesgo, de la belleza, de la verdad. Una celebración de la vida real, de la vida verdadera que incluye el peligro y la muerte: la sacrificial y casi inevitable del toro, y la muy improbable pero siempre posible del oficiante del sacrificio, el torero. El toreo es un espectáculo en el que las cosas que pasan, pasan de verdad: y la muerte es una de ellas, como sucede en la vida. Y eso, de acuerdo, va en contra de la ñoñería, hoy imperante, de la cual la ñoñería antitaurina es apenas una de las muchas manifestaciones. La ñoñería que pretende edulcorar, azucarar la vida: presentarla falsamente como un merengue de color de rosa para que no se asusten ni se escandalicen los niños y las niñas y los ñoños, que cada día son más numerosos.
Es decir, para usted, ¿los antitaurinos son unos tontarrones que pretenden convertir el mundo en uno similar al de Alicia en el país de las maravillas?
Peor: como el de Walt Disney. Un amigo mío dice que el antitaurinismo nació cuando Walt Disney puso a hablar a los animales.
Precisamente, el alcalde ha tomado la bandera antitaurina en su administración y los candidatos a sucederlo parecen estar de acuerdo con él, o al menos, no se atreven a expresar posición contraria ¿Cómo analiza esta circunstancia?
Petro tomó esa bandera por oportunismo electorero: para propiciar la agitación de clases en que está montada la ambición de su carrera política. A él lo de los “animales sintientes” ni le va ni le viene ni le importa. Pero le conviene reducir la afición a los toros a un marginal placer de ricos que en las revistas de farándula salen fotografiados con sombrero y gafas de sol en las barreras de sombra de la plaza. Es decir, reducirlo al placer egoísta y elitista de 200 personas de entre las 14 mil que llenan la plaza pero que no salen en las fotografías “de sociedad”. Lucha de clases: Petro se atrevió a decir en un discurso ante una audiencia de perros y caballos que “los placeres de los ricos conducen a Auschwitz”. En cuanto a los candidatos a la alcaldía de Bogotá, no sé si en su conciencia están o no de acuerdo con la demagogia petrista, pero sí me parece evidente que no se atreven a oponerse por miedo a perder votos. Pacho Santos se atreve. Pero esa osadía, de seguro perdedor, no le hará ganar ni un voto. Ni siquiera el mío.
A propósito, ¿ha visto alguna vez en la plaza de toros a Petro o a uno de los candidatos disfrutando una corrida?
No. A varios exalcaldes sí. A algunos porque les gusta en serio la fiesta, a otros porque, en su momento, estaba, digamos, “in” asistir a la plaza.
Como lo recordamos, hay sentencias de la Corte Constitucional en el sentido de que se deben respetar los derechos de las minorías y las tradiciones pero Petro pareció sacarle el cuerpo a este orden. Muchos opinan que la remodelación de la plaza fue una excelente disculpa para hacerlo ¿Usted piensa lo mismo?
Ya le digo: me parece un error de la Corte el haber mezclado las dos cosas. Los derechos de las minorías son siempre respetables. Las tradiciones no. Y sí, claro: lo de la remodelación de la plaza de toros de Santamaría es un simple truco sucio para salirse con su mérito. Es completamente innecesaria: se trata del edificio más sólido de Bogotá, desde la catedral primada hasta la torre Bacatá; y desaforadamente costosa, como han sido todos los contratos de la alcaldía de Petro, desde los camiones de basuras hasta las máquinas tapahuecos. Todo lo que ordena Petro es, como dice usted, “una excelente disculpa”.
¿Qué le contestaría al alcalde frente a su argumento de que es mejor utilizar la plaza como escenario de vida (refiriéndose a manifestaciones culturales) que como espectáculo de muerte?
Payasada retórica. ¿”Vida” las lecturas de poemas en las andanadas de cemento de la plaza anunciadas por Petro y que nunca se llevaron a cabo, y los patinajes en la pista de hielo artificial instalada sobre el ruedo a los que no fue nadie para no helarse con el frío bogotano? ¿”Vida” los discursos que pronunció allá el alcalde? Y “muerte” ¿qué? ¿La fiesta múltiple, de alegría y de duelo, de rito y de sacrificio, de entusiasmo y de solemnidad y de cien cosas más? Retórica. Vacía. Y mentirosa.
Veo que el tema lo saca de quicio y usted es una persona serena… ¿Por qué lo altera tanto?
Me sacan de quicio las manipulaciones y las tergiversaciones habituales de este alcalde.
Usted es defensor de los derechos humanos. Su afición a los toros parece una contradicción ¿Cómo la explica?
Yo defiendo los derechos humanos, sí, contra la arbitrariedad de las autoridades civiles, militares, eclesiásticas, académicas… humanas, en suma. Y uno de los derechos humanos es, repito, el de tener los propios gustos. El gusto de ir a los toros, por ejemplo, o el de escoger ser torero y no, digamos, ser politiquero; o al revés: defiendo también el derecho a ser politiquero. Pero no creo que los derechos humanos se confundan con los derechos de los animales – toros, cocodrilos, gatitos, cucarachas – porque no creo que los animales sean sujetos de derecho. Pienso, sí, que los seres humanos (hombres, mujeres, niñas y niños, y los ñoños) tenemos deberes para con los animales que tienen trato con nosotros, que son todos. Y el primer deber es el de tratarlos con respeto, según su condición. Que no es la misma si son moluscos o si son primates. Y ese primer deber no lo veo mejor cumplido que con respecto a los toros bravos, de lidia, de combate, a quienes la llamada “gente del toro” (toreros, ganaderos de bravo, aficionados a la fiesta del juego de los toros) tratan de igual a igual: de hombre a hombre, y no de hombre a cosa.
Aparte de los toreros, ganaderos y los aficionados tradicionales, son muy pocos los que disfrutan la fiesta brava ¿Defenderla se ha convertido en un estigma?
No me gusta la palabra “disfrutar”. En el exceso de su utilización por la publicidad comercial ha acabado por aplanar la vida. Se disfruta igual una bebida gaseosa que un polvo con una novia o que la promesa electoral de un candidato. Por otra parte, los toros no se disfrutan: esa no es la palabra. Un gran aficionado a los toros de hace ya un siglo decía que a la plaza no se va a gozar, sino a sufrir. Otra exageración, y a la vez reducción (como todas las exageraciones), de lo que es esa cosa de los toros. Cosa ancha, profunda, múltiple, llena de sentidos y de significados éticos y estéticos (y atléticos, y cinéticos…) La cosa de los toros está abierta para quien la quiera entender: no sólo “disfrutar”. Le repito que sabemos que somos una minoría. Y no nos importa. No necesitamos ser mayoría, ni pretendemos serlo. No creemos que ser minoría sea una vergüenza.
En todo caso, el número requerido para que gane el sí o el no es de más de 900 mil votos. Si se aprueba el sí a las corridas, los denominados “animalistas” no se resignarán pero si gana el no, ustedes tampoco lo harán ¿La discusión continuará como antes y con las mismas dudas?
Mire: no sé qué vayan a hacer “los denominados animalistas”, en ninguna de sus dos vertientes: la de los oportunistas políticos, y la de los fanáticos. Desde el otro lado, los aficionados a los toros, en nuestras muchas vertientes, coincidimos en que no somos ni oportunistas ni fanáticos. Y por eso ni prohibimos ni obligamos. Ellos sí. La discrepancia de fondo, claro, seguirá para siempre, como ha venido desde siempre: entre los amigos y los enemigos de la libertad.
Al margen de este debate, ¿cree que el espectáculo taurino tiende a desaparecer con el avance de la “civilización”?
Creo que sí, que esto se está acabando. Se ha dicho eso desde hace dos o tres siglos, pero esta vez me parece que la cosa va en serio, de verdad. Y lo temo. No sólo por mis propios gustos personales. Sino por el empobrecimiento cultural que es consustancial al avance devorador de la civilización: la civilización, que es en fin de cuentas la unificación y la homogeneización del pensamiento, el asentamiento del pensamiento único, y por naturaleza excluyentemente bueno, arrasa las culturas, que por naturaleza son múltiples, variadas, malas y buenas a la vez. La civilización, por definición, es únicamente buena. Y buenamente única. La única divinidad verdadera. Y excluyente. Con eso que usted llama el avance de la civilización va a desaparecer el espectáculo de los toros, terrible, salvaje, serio, bello. Y muchas otras cosas igualmente serias, bellas, minoritarias. El cricket. El ballet. La misa cantada. Los combates rituales del sumo japonés. El rodeo tejano. Las competencias de cometas con cuchillas de los niños de Afganistán. El arte povera italiano. El placer de fumar. Todo lo culturalmente refinado, pero minoritario – y necesariamente minoritario: elitista – será machacado por lo mayoritario, por la única virtud de serlo.
¿Consulta el 25 de octubre? Muchos obstáculos legales
Aún sin conocerse el texto completo del fallo en que se autorizó realizar una consulta popular para que los bogotanos voten si quieren que la fiesta brava regrese o no a la capital, se dio por sentado que el próximo 25 de octubre, día de elección de alcaldes y gobernadores, se adelantará esa consulta puesto que el alcalde Petro firmó la convocatoria citando esa fecha. Pero eso no es seguro: primero, hay que dilucidar si el artículo 104 de la Constitución (“La consulta no podrá realizarse en concurrencia con otra elección”) no constituye un obstáculo insalvable para ejecutarla en tal fecha. Segundo, el ministerio de Hacienda debe entregarle a la Registraduría cerca de $25 mil millones de pesos adicionales que cuesta el ejercicio de tener, en la misma jornada, una tercera votación además de la de mandatarios locales y la de Concejos y Asambleas. Tercero, habrá que imprimir – donde la ley ordene – y tener listos tarjetones diferentes para la pregunta sobre los toros, y formularios E-11 distintos a los de las otras dos elecciones. Cuarto, será necesario actualizar el censo de los votantes bogotanos porque han fenecido unas cédulas y entrado unas nuevas con el fin de calcular, acertadamente, el umbral requerido para el sí o el no a las corridas. Mucha tarea para tan corto lapso.
“Hay que desafiar la tiranía”
Si en la consulta ganaran los antitaurinos, ¿ustedes organizarán corridas muy cerca de Bogotá? ¿No sería una especie de desafío a la decisión mayoritaria?
No tengo ni idea. Los empresarios de espectáculos harán lo que les parezca rentable, cerca o lejos de Bogotá. El alcalde Petro ha tratado de justificar sus alcaldadas contra la fiesta de los toros asegurando, mentirosamente, que en Bogotá las corridas se hacen con dineros públicos. Es al revés: el de los toros es el único espectáculo público (carreras de karts, conciertos de cámara en la Luis Ángel o de rock al parque en los parques, desfiles militares, festivales de comida o de poesía, discursos del alcalde en los balcones de la plaza de Bolívar), el único, que no recibe subvenciones oficiales. Sino que, por el contrario, le paga al Distrito cada año $1.100 millones de pesos de alquiler por el uso de la plaza de Santamaría – que se llama plaza de toros -, para dar toros seis o siete domingos al año. Ahora: ¿es condenable el desafío a las decisiones mayoritarias? Yo creo que no. Por el contrario. Me parece a mí que siempre hay que desafiar la tiranía: la de las mayorías (que suele ser, como en este caso, la del aborregamiento de la estupidez), y la de las minorías (que suele ser la de la fuerza bruta). La de la juridicidad y la de la opinión.
Fuente: http://www.elespectador.com/entrevista-de-cecilia-orozco/no-creemos-ser-minoria-sea-una-vergueenza-articulo-582486
Enviado por De Sol y Sombra
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