Opinión: Protesta contra un fantasma.
Por: Luis Noé Ochoa.
El pasado miércoles hubo corrida en la plaza de toros de Santamaría. Comenzó a las 3:30 de la tarde, según la tradición. Imaginábamos el aviso de ‘no hay billetes’. Y los de verdad estarían bien guardados, porque los carteristas aprovechan los tumultos. Y es que la corrida era afuera, pues el alcalde Gustavo Petro, arbitrariamente, nos cerró la plaza a los taurinos.
Allí, en la carpa de la libertad, un grupo de novilleros, curados de espantos –porque la noche anterior se presentó un fantasma, dicen que con boina y cara de demagogo–, realizó una ejemplar huelga de hambre y de coraje en defensa de sus derechos durante más de 100 días. Hasta allí llegaron a ovacionarlos las figuras mundiales del toreo. Después de este acto, los novilleros se van en hombros.
La crónica de esta corrida es emotiva. Cielo gris, como esta alcaldía. Había cuerpo diplomático, prensa mundial, ganaderos, empresarios, toreros, picadores y más de mil aficionados. Y sonaron los himnos de Colombia y de Bogotá y el pasodoble El gato montés… Y comenzaron a salir las figuras.
César Rincón, líder de la convocatoria, qué ovación, como en las tardes de plaza llena; Manzanares, vestido de luto y oro, porque su padre, torero inmenso de suave muleta, se fue al ruedo de Dios. Y con ellos, el ‘Juli’, Castella, Curro Vásquez, Luis Bolívar, Miguel A. Perera, Manuel Escribano, Iván Fandiño, Miguel Abellán, Alejandro Talavante, el mexicano ‘Payo’, Manuel Libardo, Pepe Manrique, Jorge Herrera, Moreno Muñoz, Juan Solanilla, Paco Perlaza y otros. Era el cartel de la solidaridad.
Momento histórico cuando todas estas figuras les tributaron una ovación, larga como una vuelta al ruedo, a los novilleros. Eso fue como triunfar en Madrid.
Se lidió un toro invisible, como a veces Petro ante tantos problemas de esta ciudad, pero se llamaba ‘Libertad’. Y cada uno le dio un pase templado, que era la exigencia de que la Alcaldía acate el fallo de la Corte Constitucional de que se reabra la plaza para las corridas. Es lo justo.
Rincón comenzó como un Jorge Eliécer Gaitán, pero su indignación le partió el alma desde donde asomaron gotas de lluvia. Pero con casta se repuso –aquí el computador me cambia la ‘s’ de repuso por una ‘t’– y prosiguió: “Gracias, muchachos, ustedes nos despertaron el sentido de pertenencia, de que nos pertenecen nuestra plaza y nuestros derechos sagrados… Yo quiero transmitir el sentimiento de todos aquí por la libertad. Que nos permitan el desarrollo de nuestra actividad, de nuestro arte, de nuestro trabajo…”.
Hablaron peñas y ganaderos. Y en la voz de Guillermo Rodríguez se escuchó el contundente manifiesto del escritor Antonio Caballero: “Los aficionados a los toros somos una minoría y sabemos que nuestros gustos no son universalmente compartidos. Por eso no aspiramos a imponerlos sobre otras minorías haciéndolos obligatorios. (…) Solo pretendemos que, recíprocamente, no nos impongan los suyos ni nos supriman los nuestros. No queremos mandar ni prohibir. Pero nos resistimos a que nos prohíban y nos manden. (…) No se trata únicamente de reclamar el derecho a asistir como espectadores a las corridas de toros. Se trata también de defender el propio oficio, en este caso, la profesión de torero. (…) Estamos aquí, en suma, para exigir la libertad. La libertad de expresión. La libertad del placer. Contenidas todas en el eterno sueño libertario que es la prohibición de prohibir…”.
De eso se trata. Pero ¿por qué un alcalde improvisador puede estar por encima de leyes superiores? Bueno, le queda poco al fantasma que se ha tomado la plaza y ha descuidado a Bogotá. Ya vendrán los toros. Ole.