ALEJANDRO TALAVANTE: "A MÍ ME DABA MIEDO TODO, MENOS EL TORO"
Es un torero atípico. Se reconoce miedoso, de hábitos ‘desordenados’, practica yoga y ha empezado a leer a los clásicos. Pero como él dice: “Un torero puede ser de cualquier manera”. Con motivo de la corrida picassiana, en la que se encerrará con seis toros en el coso de Málaga,nos recibe con su mejor repertorio de pases.
Es un torero atípico. Se reconoce miedoso, de hábitos ‘desordenados’, practica yoga y ha empezado a leer a los clásicos. Pero como él dice: “Un torero puede ser de cualquier manera”. Con motivo de la corrida picassiana, en la que se encerrará con seis toros en el coso de Málaga,nos recibe con su mejor repertorio de pases.
Por séptimo año consecutivo, Picasso llena de color la plaza de toros de la Malagueta, a la que estuvo especialmente vinculado en vida y a través de su obra. En esta ocasión es un único diestro, Alejandro Talavante, el que el próximo 19 de agosto se encierra para lidiar seis toros de otras tantas ganaderías. El torero extremeño tiene una idea clara: seguir la estela de José Tomás; no en vano confirmó la alternativa en las Ventas con el capote que el diestro de Galapagar le regaló cuando apenas tenía 12 o 13 años.
Alejandro Talavante es un hombre abierto y espontáneo, con mucho sentido del humor; un chico grande lleno de dudas y contradicciones, de genialidad y de sueños.
XLSemanal. Sus padres eran funcionarios en el Departamento de Sanidad Animal de la Junta de Extremadura.
Alejandro Talavante. La situación económica en casa era muy muy mediana. Nunca les pregunté cuánto ganaban, pero no creo que cumplieran los mínimos para criar a seis hijos. Cada día que pasa, me siento más orgulloso de mis orígenes.
XL. ¿De niño era un chico brillante en lo que se proponía?
A.T. Yo he fracasado muchas veces. Antes de dedicarme a esto, estuve probando en el fútbol, pero tenía mucho miedo al enfrentamiento con otros niños. La violencia siempre me ha dado pavor. Mi padre me decía que yo no tenía cojones para ser futbolista.
XL. ¿Es cierto que cuando iba al cine, si la película era de miedo, se la pasaba entera con los ojos cerrados?
A.T. Sí, sí; es verdad, soy miedoso quizá porque mi madre era muy protectora y nos tenía siempre debajo de su falda. A mí me daba miedo todo.
XL. ¡Pues eligió la profesión idónea!
A.T. Porque el toro no me transmitía ese miedo, me transmitía otra cosa. Pero no fue todo tan rápido. Después de querer ser futbolista, quise ser paleontólogo. Estaba flipado con los dinosaurios.
XL. ¿Cómo surge su afición al toro?
A.T. En la Escuela Taurina de Badajoz, a la que me apunté por probar. En casa había un lío muy gordo porque mis padres no se llevaban bien y un día estuvieron a punto de separarse. Fue justo ese día el que yo decidí apuntarme y aparecí con los papeles para que me los firmara mi madre, aprovechando que mi padre no estaba. Los firmó pensando que en dos semanas lo dejaría. Me dijo que no iba a aguantar porque me daban miedo hasta las becerras. Pero, en cuanto entré en la Escuela Taurina, supe que podía transmutar y sentir como José Tomás, quise ser como él.
XL. ¿Qué pasó al final con sus padres?A.T. Pues que se acabó el enfado y siguieron juntos. Ellos siempre me apoyaron cuando vieron que me lo tomaba en serio y me compraron lo que necesitaba: capotes, muletas… Fue un desembolso brutal que afectaba a mis hermanos.
XL. ¿No hubo recelos?
A.T. No, al revés: ellos estaban encantados con que yo llegara a ser torero. Desde entonces, en casa todos los días se comía lentejas, no había para más [sonríe].
XL. Pronto dejó de estudiar, no acabó primero de Bachillerato.
A.T. Porque ya hacía muchos viajes y perdía muchas clases. Iba a un instituto público bilingüe y, cuando la profesora me hablaba en inglés, yo me sentía fatal porque no podía seguir el ritmo de mis compañeros. Así que un día me levanté y me fui de clase para siempre. ¡Vamos!, que yo no he sabido lo que es el esfuerzo hasta hace bien poco, siempre he sido un cabrón que solo pensaba en mí y, a veces, me arrepiento.
XL. Más que eso, lo que parece es que era un poco egoísta.
A.T. Sí, bastante [sonríe]. Yo solo pensaba en torear, y lo demás me daba igual. Mi padre me recogía en el colegio y me llevaba a Zalduendo, donde entrenaban Paco Ojeda, Ponce, Espartaco, José Tomás, el Juli, Morante, Curro Vázquez… Cuando ellos terminaban, le decían a mi padre: «Hala, que salga el niño un rato». Ellos fueron mis ídolos.
XL. Hasta que quiso parecerse solo a uno: a José Tomás.
A.T. Hay un momento en que tienes que decidir qué camino coger, y yo cogí el más difícil: la línea de José Tomás, sí. Para mí, él es un dios.
XL. Dice usted que las cicatrices le parecen medallas.
A.T. Las cornadas siempre son errores que se difuminan en cuanto empieza la sangre a brotar; pero, cuando se curan, son medallas. A mí me gustan las cicatrices. Cuando empecé a torear, estaba siempre esperando la primera cornada, ese día en el que no sabes cómo vas a reaccionar.
XL. ¡Madre mía!
A.T. A mí me sacaban un análisis y me mareaba. Pero el primer día que tuve una cornada, lo aguanté, me miré y lo superé.
XL. ¿Cómo encajó el éxito y ganar mucho dinero?
A.T. El éxito, al principio, mal; es complicado. El personaje que se crea en torno a ti, teniendo poca edad, te vuelve desconfiado. El dinero, sin embargo, no me cambió nada, yo pasaba de la pasta. Creamos un equipo que gestionó todo eso, pero pasé de ser el último mono a ser el cabeza de familia. Con 16 años, esa sensación, lejos de asustarme, me gustaba. Mis hermanos empezaron a estudiar: uno, Derecho en Salamanca; otra, Periodismo en Madrid… Mi padre pidió una excedencia para poder acompañarme y mi madre venía casi siempre a la plaza.
XL. Pero las cosas cambiaron.
A.T. Sí y fue durísimo. La mía es una profesión complicada en la que es muy difícil gestionar todas las emociones. Llegó un momento en que mis padres ya no eran necesarios a mi lado. Fue un paso duro, muy duro, que me costó una barbaridad dar. Pero esta profesión te exige que tu entorno sea favorable y que no potencie los defectos que tienes.
XL. ¿Qué tal se lo tomó su padre?
A.T. Pues… más o menos. Al principio, mal. Fue complicado explicarle que necesitaba a alguien de más nivel para gestionar ese volumen grande de cosas que entraban. Pero lo terminó entendiendo.
XL. Y esto sucede cuando cambia de apoderado y se pone en manos de Antonio Corbacho, el mismo que lo fuera de José Tomás.
A.T. Sí, Corbacho supuso en mi carrera un antes y un después. Con lo a gusto que estaba yo en casa de mis padres, jugando con mi PlayStation, fue él quien me dijo: «Tienes que salir de casa, tú no eres un niño». Y me metió en una aldea que no tenía de nada, solo campo y 15 o 20 habitantes (La Alcornocosa, en Sevilla), y allí estuve tres años, de los 16 a los 19. A veces lo pasaba muy mal, no hacía más que darle vueltas al coco.
XL. ¿Cómo consiguió quitarse sus miedos?
A.T. Aprendí a torear sin pensar. Solo me concentro antes de la corrida; después, cuando me pongo delante del toro, todo es intuición, no pienso. Te tienes que fiar de tu instinto y dejarte llevar. Entonces se te quita el miedo y te gusta que el toro pase muy cerca de ti, rozándote el cuerpo, y empiezas a disfrutar porque todo sale de tu control.
XL. ¿Llega a ser amigo de otros toreros?
A.T. No [rotundo]. Un torero no llega a ser tu amigo. Siempre hay una competencia de egos fuerte; no sé si es buena o es mala, pero la hay.
XL. ¿Quiénes son sus mejores amigos?
A.T. ¿Mejores? [Sonríe]. Con mi mejor amigo no me hablo, no nos aguantamos ya porque estamos todo el día discutiendo. Es banderillero y somos amigos desde chicos. Ahora nos llevamos fatal, pero sigue siendo mi mejor amigo.
XL. Hay que estar un poco loco para dedicarse a esto… ¿o no?
A.T. Sí, pero yo no sería capaz de torear en las circunstancias en que torean algunos de mis compañeros, con una vida tan ordenada; para mí, la locura es tener una vida ordenada. Creo que el equilibrio puede perjudicarte.
XL. ¿Se reconoce un desequilibrado?
A.T. Más o menos, sí. Dentro de que hago una vida sana, me levanto tarde, me acuesto tarde, por las noches me pongo a ver vídeos de toros y a leer… Es que yo necesito leer porque soy un cateto y no he leído nada [suspira].
XL. ¿Qué lee?
A.T. Me regalaron un libro de José Bergamín y estoy aprendiendo mucho. También he leído los tres primeros libros de Proust y voy a seguir con el resto de ellos. Mi padre, cuando me ve leerlos, se descojona de mí.
XL. ¿Cuáles son sus lujos?
A.T. Quizá el lujo más gordo que te da el dinero es la libertad, y la libertad es la leche; no la cambio por nada.
XL. ¿Tiene las metas bastante claras?
A.T. ¡Pues no! [Ríe]. A veces me paro a pensar dentro de esta vorágine y me digo: «¿Qué hago yo poniéndome delante de este bicho en el siglo que estamos? ¿Estoy buscando qué, perdiendo qué?».
XL. ¿Y qué se responde?
A.T. Nada, cuando me pongo así, procuro quitarme esas dudas de la cabeza. A veces me veo fuera de lugar, peso 65 kilos, me veo frágil, no me veo poderoso, no me veo fuerte para aguantar delante de un toro y, sin embargo, lo hago. Aunque haya días que piense que todo esto es surrealista.
XL. Pero ha dicho que le gustaría morir en el ruedo…
A.T. Cada uno se morirá cuando le toque y donde le toque, pero el ruedo no es un mal sitio [sonríe].
XL. ¿Es de los que piensan que se sale al ruedo a triunfar o a morir?
A.T. ¡Nooo!, si salgo así no pego un pase. No pienso que puedo morir. Creo que le damos demasiada importancia a la muerte.
XL. El agnosticismo que dice que tiene ¿lo mantiene firme?
A.T. No es radical. Yo me acuerdo de mucha gente a la que quiero que ha fallecido y no pienso radicalmente que no están; pero no soy una persona religiosa.
XL. Ahora vive con su familia en su finca en Olivenza (Badajoz), muy cerca de la del Juli, de la de Ojeda…
A.T. Fue una inversión pura y dura, porque a mí no me gustaba el campo, no me llamaba la atención, no me gustaban los caballos y me da cosa montarlos…
XL. ¿Reconoce que es usted un torero muy raro?
A.T. Sí [risas]. Creo que las formas del torero están muy encasilladas y que, en realidad, un torero puede ser de cualquier manera.
XL. ¿Cree que acabarán prohibiendo las corridas de toros en España?
A.T. A lo mejor sí; y nos vendría bien que se acabaran unos añitos porque, cuando vuelvan, van a valer mucho más.
XL. ¡Menuda teoría! [Risas]. ¿Y si no vuelven?
A.T. Si las prohíben para siempre, a mí me va a venir de puta madre porque o me forro por torear clandestinamente o me meten preso. No concibo vivir sin torear. Mientras haya un toro ahí, yo me voy a poner delante.