¿En qué estaría pensando el empresario de Madrid cuando diseñó este cartel? No se esfuercen. No tiene explicación alguna. No, al menos, una explicación que no responda a intereses ajenos al arte del toreo. Un cartel carente de la más mínima ilusión, condenado al fracaso, feo, sin causa que lo justificara; un cartel para darle la espalda, sobre todo, en una tarde de viento y frío, desapacible de principio a fin.
Y no se dice esto porque la corrida fuera un tostonazo. Es que estaba cantado que lo sería, y que solo un milagro evitaría el desastre. Y como ayer no tocaba, el petardo estaba asegurado.
En fin, que el festejo acabó pasadas las nueve de la noche, con los cuerpos ateridos, los virus haciendo de las suyas y con la esperanza por los suelos. Acertaron los que tras la muerte del tercero dijeron adiós, muy buenas y se marcharon a tomar un chocolate caliente y unos churros; y fracasamos todos los demás: los toreros, con su desacierto, y el público, que aguantó, sin comerlo ni beberlo, un atraco a su bolsillo y a su ánimo. Ganaron, eso sí, el empresario —se supone que el cartel no sería nada caro—, y el ganadero, que lidió una corrida que, en líneas generales, se dejó torear y se llevó varias orejas al desolladero.
El respeto debido no debe ocultar la verdad; el respeto a quien tiene el valor de vestirse de luces en esta plaza no debe ser motivo de ocultación de la evidencia. Y esta dice lo siguiente: los tres toreros fracasaron estrepitosamente. Ante toros toreables, nobles, que iban y venían, con humillación y fijeza en distintos grados, Bautista y El Capea ofrecieron todo un recital de antitoreo. No es fácil hacerlo peor; no es fácil poner menor sentimiento, ni menos hondura, ni menos clase y más superficialidad, tristeza y ventajismo; más justificado —que tampoco— podría estar Ferrera, que se enfrentó al lote con más presencia y menos calidad en su embestida, y con el que estuvo muy por debajo de las expectativas.
Bautista y El Capea parecían el enemigo, dispuestos a destrozar el arte del toreo, conspicuos conspiradores de una campaña para echar a los aficionados de la plaza. Bien es verdad que hizo viento, y eso siempre es molesto, pero lo criticable es la actitud indolente, la disposición perdida y la técnica obsoleta para ofrecer un recital del pegapases moderno.
Bautista no desplegó una gota de torería ante su noble primero; estuvo aseado, quizá, cumplidor, profesional, tal vez… Estuvo para que no lo anunciaran en Madrid. Y en el quinto, que desarrolló una muy noble embestida, acompañó la codicia repetitiva del toro con cierto gusto, pero sin sentimiento ni importancia. De hecho, no cortó la oreja porque la petición fue minoritaria; y eso que la generosidad de este público raya en lo pecaminoso.
El señor Capea merece un respeto, pero no más que ese puñado de jóvenes toreros que han demostrado que merecen un lugar en esta feria, y no están porque su padre no se llama Niño de la Capea. Pues El Capea no atesora mérito alguno para estar en esta feria. Y si había alguna duda, ayer la volvió a disipar. Siendo muy generoso, se podría destacar una verónica en el recibo al sexto. Todo lo demás, suspenso sin paliativos de un torero que da muchos pases, como tantos otros, y no dice nada. Es un representante del antitoreo actual, y cada actuación suya profundiza en su desprestigio profesional.
Los dos toros embistieron, mejor el primero, y por más que se repasan las notas no es posible encontrar una tanda o, siquiera, un pase que mereciera la pena. Como su compañero francés, es pródigo en defectos fundamentales, y el mensaje que transmite es que no siente nada de lo que está haciendo. Abundaron los pases en la misma medida que aumentaba el friolero sufrimiento del personal.
Tampoco se salva de la quema Antonio Ferrera. Puso banderillas a toro pasado, y no se confió con ninguno de sus dos toros, ambos de corto viaje y exigentes de comportamiento. Tiró muchas líneas, exagerado en sus precauciones, y no plantó la cara que la ocasión exigía.
En fin, no será así, pero la corrida pareció una conspiración contra el arte del toreo. Qué desesperante y molesto puede llegar a ser un señor dando trapazos…
ALCURRUCÉN / FERRERA, BAUTISTA, CAPEA
Toros de Alcurrucén, bien presentados, mansos y nobles; dificultosos, primero y cuarto.
Antonio Ferrera: estocada (silencio); dos pinchazos —aviso— y bajonazo (silencio).
Juan Bautista: estocada caída y un descabello (silencio); estocada caída (petición y vuelta).
Pedro Gutiérrez El Capea: dos pinchazos y estocada (silencio); pinchazo y estocada (silencio).
Plaza de las Ventas. 19 de mayo. Duodécima corrida de la Feria de San Isidro. Casi tres cuartos de entrada.
Ovaciones y pitos
OVACIÓN. Varias reses de Alcurrucén se llevaron las orejas al desolladero. PITOS. Los tres diestros ofrecieron una triste imagen del toreo más anodino.
La corrida de hoy
Toros de Jandilla, para Miguel Abellán, El Fandi y Manuel Escribano.