Publicado por: Hassan González
Nimes, 25 de Mayo de 2015
Balance: Dos orejas y dos orejas y rabo
Ganadería: Fermín Bohórquez
Balance: Dos orejas y dos orejas y rabo
Ganadería: Fermín Bohórquez
Hay escenarios en los que sólo cabe imaginar obras grandes. Hay lugares tan impregnados de historia a los que no les cabe ni merecen menos historia que la que ya conservan en sus entrañas. Las entrañas de las Arenes de Nimes son de piedra, pero hasta a la piedra se le pone la piel de gallina cuando asiste -y a cuánto no habrá asistido ya la piedra de Nimes- a una composición que se sitúa, otra vez, en la escala de lo sublime. Una sinfonía de toreo en dos actos firmó hoy Diego Ventura en el Coliseo nimeño. Dos partes, dos estrofas de un mismo poema, ése en el que vive perenne de un tiempo a esta parte -de mucho tiempo a esta parte-, pero, sobre todo este año, el rejoneador de La Puebla del Río. Y eso que se antoja harto complicado imaginar que haya más cenits después del de Las Ventas, pero si hay alguien capaz de descubrirlo, conquistarlo y hacerlo suyo, ése es Diego. Hoy Nimes le abrió sin zozobra alguna las dos hojas de su Puerta de los Cónsules. Puerta del Príncipe, Puerta de los Cónsules…: Ventura tiene las llaves de todos los arcos triunfales de sangre azul del toreo.
Y es que el jinete vive inmerso en un Sueño. Un Sueño que late, que respira, que se mueve, que se puede tocar, que se puede admirar, que se puede compartir, que se puede gozar. Un Sueño que torea como los ángeles, como si fuera un ángel torero y no un caballo. Sueño es la sublimación del arte en un animal. Como Sevilla y como Madrid, también Nimes se frotó hoy los ojos de incredulidad y emoción ante lo que veía. La simbiosis perfecta, la compenetración exacta, el corazón del hombre conectada al alma de animal y éste, convertido en pura extensión del hombre. Si Diego Ventura tuvo alguna vez un sueño sublime, ése es Sueño. Otro tercio de banderillas para la historia. La redondez más redonda. El fondo y la forma, el poso y su arquitectura. Diabluras le hizo Diego al buen quinto toro de Fermín Bohórquez que le cupo en suerte esta mañana y que fue premiado a su muerte con la vuelta al ruedo. Tuvo clase y bravura el toro, el lienzo preciso para que Ventura expusiera otra vez en Francia -como hace quince días en Palavas- que está pasando por el mejor momento de su vida profesional. Todo tuvo rotundidad en su faena, el tempo medido, el temple fluyendo, el gusto derramándose, la emotividad pellizcando… el toreo surgiendo como un caudal imparable. Así está Diego Ventura en este punto de su vida: desbordado de torería. Nimes se entregó a su obra y la premió con el galardón máximo. Todos los honores para el rejoneador y el honor de la vuelta al ruedo para el toro.
Antes, en su primero, un astado de Bohórquez que tuvo menos clase y, por tanto, más teclas que tocar. Diego se hizo con los dos apéndices tras componer esa primera estrofa de su gran poema nimeño con Nazarídictando versos imposibles. Tan imposible como parece que se ate a los toros -ya sea cualquiera su condición- a los vuelos de su cuerpo mientras recorre el orbe taurino por completo en cada una de esas eternas vueltas al ruedo, dechado de pulso, de tacto, de corazón ardiente y valor que hiela. Milagro y Remate fueron los cómplices perfectos de Nazarí para que Ventura rematara ese primer acto de su sinfonía: música de toreo celestial que la piel de gallina puso a la misma piedra de Nimes. Que una piedra puede ser de piedra, pero no por eso va a dejar de emocionarse ante aquello que le traspasa y le pellizca el alma. Son las cosas que provoca el Príncipe que hoy fue Cónsul…