sábado, 23 de mayo de 2015

"El Soldado" menosprecia a los toreros actuales con excepción de Capetillo

“EL SOLDADO” MENOSPRECIA A LOS TOREROS ACTUALES, CON EXCEPCIÓN DE CAPETILLO. 


Fuente: noticierotaurino.com.mx




Entrevista de “Clarinero” publicada en “El Redondel” el 27 de abril de 1958.

Todos Ellos Juntos, no Valen lo que uno de los de Antes
Para el Arte no Existen Edades.- Triunfos de los Treinta y Cinco Para Arriba.- Casa, Antes Solitaria, que se ve Ahora muy Visitada.- El Miedo al Ridículo.- El Público y sus Reacciones.- Cinco Años sin Torear en México.- No Tiene por qué ser Modesto.- Despedida, la Temporada Entrante. La Emoción y el Sentimiento

Definitivamente cayó por tierra el dicho, con pujos de sentencia, de “toros de cinco y toreros de veinticinco”. Y es que no se puede generalizar en un arte tan complejo, tan lleno de excepciones, tan personal como es lidiar reses bravas.

Fermín Rivera tuvo las tardes más gloriosas de su brillante carrera en los finales de la misma, a los 35 años; “Calesero” esta en su mejor momento, ahora que va a cumplir 42, y “El Soldado” a sorprendido a todos con su toreo eterno por el que no pasa el tiempo.

No; para el arte no existen edades.

Para los toreros mismos no se puede emplear el mismo rasero. Hay quien a los treinta, no quiere ver al toro ni en bistec, y los hay que a los cincuenta tienen más afición y más valor que dos toreros de 25. Y no hablamos de personalidad, porque esos juveniles torerillos resultan pulgas vestidas de luces junto a estos primates de la tauromaquia.

Luis Castro, “El Soldado”, dictó el domingo pasado en “El Toreo” de Cuatro Caminos, una cátedra, de lo que es, de lo que debe de ser, un autentico torero. Sus verónicas, “mano baja y pata adelante”, como él mismo las define, fueron una revelación para los nuevos aficionados y una grata reminiscencia, como bocanada de aire fresco en un ambiente viciado, para quienes habíamos tenido la dicha de conocerlas. Sus perezosas chicuelitas, tan distintas a todas y su recio y cabal concepto de la lidia, lo llevaron de los cuernos de los toros a los cuernos de la luna.

Sin redondear la faena inmortal, sin cortar siquiera una oreja, todo mundo habla de las hazañas de “El Soldado”.

Su amplia y moderna casa, separada solo por una barda de la de Monseñor Miranda, ha cambiado mucho. Nadie se paraba por ella, exceptuando a su fiel mozo de espadas y dos o tres amigos, y ahora resulta insuficiente para dar cabida a los muchos aficionados que, diciéndose sus partidarios de siempre, quieren patentizarle su admiración. Se lo hacemos notar al diestro de Mixcoac, que filosófico nos dice.

-Así es esto de los toros y no me extraña. Sería tonto pretender que fuera de otro modo. Estos mismos que ves aquí serán los primeros en chillarme cuando no me salgan bien las cosas…

-¿Tuviste más miedo el domingo que en otras tardes en tu vida de torero?

-La verdad, si. Un enorme miedo al ridículo. Porque los toreros pueden estar mal o bien, y no por eso dejar de serlo; pero para mi, esta tarde era definitiva. En los toros cuenta el factor suerte, y yo me estaba jugando un albur en mí historial taurino, que es lo que más respeto en la vida.

-¿Y miedo al toro?

-El natural. El toro siempre da miedo pero yo pensé, incluso, lo peor y me dije: Si así fuera, ni modo, ya mis hijos están grandes, he tenido todo lo que he deseado; he disfrutado la vida intensamente… Lo que me torturaba era no dejar complacido al aficionado actual.

-¿Alguna cosa en particular robustecía ese temor?

-No, pero he visto aplaudir cosas que no lo merecen y al revés. Algunas veces he salido pensativo de la plaza, sin comprender las reacciones de la gente.

-¿Te sorprendió el cariñoso recibimiento que te hizo el público?

-Tenía cinco años sin torear en México y el público de toros es el que tiene más mala memoria, pero yo confiaba en que por mi historia dentro de la fiesta me recibiera bien aunque te voy a ser sincero, mis cálculos se vieron superados por esa recepción, que en lugar de tranquilizarme, hizo que mis temores aumentaran. Sabía que de no tener suerte esas palmas se iban a trocar en pitos y exigencias.

-¿Qué opinión tienes del público, después de esto?

-Muy buena. Me voy a gusto saber que conoce, y que conserva el gusto por las cosas con calidad.

-No eres precisamente modesto…

-Ni tengo porqué serlo, mano. Soy torero y sé exactamente lo que hago bien y lo que hago mal.

-¿Qué te gustó más de lo que hiciste el domingo?

-El haber redondeado todo. Hubiera querido tener más suerte en el sorteo y cuajar un toro, inmortalizarlo, como he hecho con otros.

-¿Ya no piensas en la despedida?

-Sí, después de una campaña digna de mi historial, la temporada que viene, pues ésta ya está muy avanzada, quiero despedirme primero en los Estados. No quiero dejar pasar el tiempo porque yo nunca seré torero de lastima. Estaré bien o mal, pero en mi sitio y mi categoría. Además voy a dar la alternativa, la última de mi vida, a Enrique Esparza.

-¿Cuenta mucho el carácter de un torero?

-¡Hombre! El carácter es indispensable. Eso es lo que diferencía a los toreros de ahora, de los de antes. Al decir antes me estoy refiriendo a Garza, Solórzano, Balderas, “Armillita”, Silverio, Arruza, etc. El más malo de los de antes era mejor que todos los actuales juntos, exceptuando a Capetillo… Con todos los demás se puede jugar a la pelota.

-¿Llegaste en hombros hasta el centro?

-No; me bajé cerca de la plaza con ayuda de la policía. Ya me habían roto todo el vestido y quien sabe como hubiera llegado.

-¿Al terminar de hacer tu quite, quite por chicuelinas, tiraste el capote de adrede o se te cayo? 

-Lo tiré, fue una cosa de emoción, de sentimiento, porque el sentimiento en el toreo es otro de los factores determinantes. Tan fue auténtico el tirarlo que me lo aplaudieron.

-Al terminar la corrida comentaba este detalle tuyo con José Muñoz “El Negro”, y me dijo que en España una bailarina famosísima apodada “La Mancarrona”, en el ocaso de su vida, a los 70 años de edad, bailaba en las calles para recolectar algunos centavos, y hubo un día en que bailó tan bien, que sintió tan hondo su arte, que en lugar de recibir las monedas escupió a la gente, al tiempo que decía:

-Aplaudan, que al fin no saben de esto…

-Así es el sentimiento, en muchos casos rige los actos de uno. Y como no puede haber bailadora, ni pintor, tampoco hay torero sin él…