domingo, 31 de mayo de 2015

Diego Ventuta enseña como es el toreo por dentro y por fuera

DIEGO VENTURA ENSEÑA COMO ES EL TOREO POR DENTRO Y POR FUERA
Nazarí templando


Publicado por: Hassan González



30 de Mayo de 2015- Cáceres
Balance: Ovación y oreja
Ganadería: Carmen Lorenzo
Que Diego Ventura salga a pie de una plaza de toros es noticia. En cambio, no lo es que esté haciendo de cada tarde un acontecimiento. Su momento, sucesos como los de Madrid y Nimes no pasan desapercibidos, no ya entre los aficionados, sino incluso entre el público más común, ése que le recibe cuando asoma a una plaza con un run run de expectación y de ganas por verle. La gente se sabe ya el nombre de sus caballos -al menos, de los Nazarí, Sueño y compañía- y aguarda cada faena sabedora de que lo que va a ver le va a emocionar. Lo dice, insistimos, ese run runque se levanta en los tendidos cuando Diego asoma por un portón de cuadrillas…
No se puede torear a caballo más despacio que lo que lo ha hecho Diego Ventura a su primero. Bien es cierto que el toro, muy noble y con un son de caramelo, se prestaba a ello, pero había que hacerlo. Hay que tener las cuerdas del alma muy templadas para cuajarlo así. Al ralentí. Mostrando despacito, muy despacito, para que todo el mundo lo viera, cómo es de bonito el rejoneo y, al tiempo, explicando y exponiendo cómo es su estructura, su esqueleto, su entramado técnico. Porque todo ello daba tiempo a paladear desde cada cite, en cada embroque, en cada suerte… Ya cantó el toro de salida el ritmo innato que le brotaba de dentro. Esa manera armoniosa de meterse con Altozano, de encelarse con él sin una sola brusquedad… Virtudes todas ellas que Ventura multiplicó con un pulso de terciopelo. Dos rejones clavó para fijar bien la embestida del toro… y a torear! Porque torear es lo que hizo Sueño. Salió, se fue a por el de Carmen Lorenzo, lo cosió a su grupa, se dobló con él y de él tiró con un temple mayúsculo en varias vueltas al ruedo de ajuste insuperable. Y todo ello, a compás, como corre el agua calma de un arroyo… En paz, con su tempo exacto. Dos banderillas clavó Diego citando de plaza a plaza para cuartear o batir allí donde el territorio es por entero del toro. Y otra vez a liarse con el toro, a embeberlo, a llevarlo y traerlo a un ritmo que ni el de los relojes por muy suizos que sean… Puro derroche, elegancia medida por quilates, ese compás que sólo puede manar de las almas que se sienten en plenitud.
Poco a poco se fue parando el burel, lo que el jinete aprovechó para dejar dos banderillas al quiebro de ejecución perfecta, dejándose ver desde muy lejos, ofreciendo el cara o cruz de los pechos de Maño y haciendo el quiebro, a toro parado, cuando ya no cabía más. Y todo ello, mostrando, por lenta, la suerte en todo su esplendor. Paso a paso. 
Explicando cómo se hace el toreo a caballo. Arriesgó con las cortas echándose encima del astado, noble siempre, pero muy entregado ya. Lástima esos pinchazos que se sucedieron y que se llevaron consigo los premios que Ventura ya acariciaba… Lo lamentó el torero y lo lamentó el público, que le tributó a cambio una sincera y cálida ovación.
Noble también, pero el cuarto fue otro toro. No tuvo la clase del primero y sí más teclas que tocar, por eso todo el partido fue mérito del rejoneador. Salió suelto el de Carmen Lorenzo y queriendo irse, hasta que lo enceló Diego con dos rejones y una lidia perfecta a base de empaparlo de caballo con Suspiro y de taparle la salida. Buscó que el toro se olvidara de su instinto y que se calentara en la pelea. Y lo logró a tenor de cómo se arrancó éste como un tren cuando se percató de que Nazarí estaba en el ruedo. Lo hizo, claro, justo cuando Diego pasaba ante la puerta de toriles. Humos a Nazarí… Ni un segundo tardaron torero y caballo en ponerse a torear y recogieron como si un tornado fueran al toro en la embestida para recorrer luego plaza y media galopando de costado sosteniendo la acometida cambiante del toro a una distancia difícil de imaginar. ¡Emocionante! La plaza puesta en pie y Diego en su salsa, emborrachándose de toreo…
Vencido por completo, exprimido ya, el de Carmen Lorenzo se paró y el jinete sacó a Milagro para dejar dos banderillas ejecutadas en dos versiones diferentes del arte de quebrar. A media distancia la primera, marcando con una limpieza luminosa cada tiempo de la suerte. La segunda, citando muy en corto, a tres metros y el toro parado. 
Citó Ventura y, al tiempo que el burel respondía, se puso a perder pasos el torero, andando hacia atrás con el caballo, para reaccionar en un segundo y quebrar completamente encima de la cara, clavar y salir airoso. Jubilosa, otra vez, Cáceres se puso en pie. Coronó Diego la obra con un carrusel de cortas al violín con Remate volcándose en el morrillo del toro, muy ligadas y con el público entregado a su entrega y a su magisterio. Era el clímax perfecto para el triunfo por dos veces merecido… Pero otra vez se escapó por esa fina rendija de la mala suerte. Balances numéricos aparte, Cáceres entendió el nivel ofrecido hoy por Diego Ventura. Lo cantó el calor que le tributó otra vez en la vuelta al ruedo. Un eco de palmas enmarcó su recorrido por ese anillo sobre el que, otro más, acababa de dictar dos lecciones sobre cómo se hace el toreo a caballo por fuera y por dentro.