FERIA DE SAN ISIDRO: TARDE DE TRAUMATISMOS, ENTREGA Y DECEPCIÓN
Por: Antonio Lorca.
La novillada fue movidísima. A poco de comenzar ya estaba el primer novillero en la enfermería; momentos después de que saliera el tercero era Joaquín Galdós (los dos se presentaban en Las Ventas) el que visitaba a los médicos. Y ninguno de los dos llevaba cornada, sino unos fuertes golpes en la cabeza, con pérdida de conciencia que aconsejó su traslado a un centro sanitario.
Y Francisco José Espada se quedó solo ante el peligro. Tuvo que matar los seis novillos y a punto estuvo de salir por la puerta grande si no lo impide el presidente, que, a cambio, se ganó una bronca monumental por no conceder la oreja del quinto novillo después de que lo liquidara de un feo bajonazo, lo que no importó al generoso público, que pidió con fuerza un premio injusto.
Lo cierto es que a Espada hay que reconocerle el enorme esfuerzo que desplegó durante toda la tarde; su entrega, acrecentada a medida que avanzaba el festejo, y, también, la decepción que dejó en los tendidos porque no pudo o no supo sacar rentabilidad de la oportunidad que la mala suerte de sus compañeros le brindó.
Mala suerte, sin duda, la de Martín Escudero y Galdós. Ambos se presentaban en esta plaza cargados de ilusiones y han acabado en la cama de un hospital.
Manso y muy deslucido fue el primer novillo de la tarde, de áspera embestida, con la cara por las nubes y corto recorrido. Martín había comprobado su mala condición en los primeros compases con la muleta y cuando trataba de citarlo con la zurda resultó volteado de mala manera, y, una vez en el suelo, lo corneó a placer. El muchacho quedó desmadejado e inconsciente y así fue trasladado a la enfermería, de la que ya no salió.
Novillada desmembrada
El peruano tuvo aún menos tiempo para demostrar lo que lleva dentro. En los primeros capotazos con los que recibió al tercero sufrió una fea voltereta, más seca que la de su compañero, pero con las mismas consecuencias. Quedó inerte en el suelo, y el parte médico de ambos hace mención a un traumatismo craneoencefálico y conmoción cerebral.
Quedó desmembrada la novillada, y todo para un chaval que se encontraba con la posibilidad de confirmar las buenas vibraciones que le han traído por dos veces a esta feria de San Isidro.
No era la novillada la más aparente para el triunfo, pero ahí estaba un joven dispuesto a vender caro su afán por ser figura del toreo. Y es verdad que lo intentó con todas sus fuerzas; consiguió que el público se le entregara; hizo un tremendo esfuerzo y mejoró su propia concepción del toreo…, pero no pudo ser.
Se peleó valeroso con la nula calidad de los novillos, sorteó los gañafones, los parones, y las embestidas inciertas de casi todos ellos, pero quedó, al final, la sensación de que la lucha no había tenido el final esperado y deseado. Le cortó una oreja al manso cuarto, más por generosidad del paternal público que por sus méritos, le pidieron con fuerza la del quinto, con el que solo estuvo crecido y valentón, pero mató muy mal. Y en los demás, cumplió sin más.
¿Qué quiere decir ‘cumplió’? He ahí el problema. Los lidió con la técnica moderna, la del plan de estudios de la mayoría de los novilleros actuales, que viene a decir que se torea en línea recta, despegado, al hilo del pitón y siempre hacia fuera. Es decir, el toreo mudo, que no dice nada, que convierte a los toreros en pega pases insulsos, pesados y aburridos.
Ese fue el problema. Espada demostró muy poco mando con los engaños. Esperó al segundo y al cuarto de rodillas en toriles, y los capotazos surgieron acelerados y sin poso; solo fue capaz de dibujar dos verónicas aceptables en el sexto. Y con la muleta, aceptó la pelea, aguantó tarascadas y se arrimó sin cuento, pero cuando hubo que torear destacaban sus carencias. Eso ocurrió ante el sexto, el más noble y de largo recorrido. Aprovechó el viaje del toro y lo muleteó por ambas manos, pero fue un toreo sin gracia, sin alma, vulgar…
En fin, una tarde rota. Las ilusiones, atropelladas y traumatizadas.